Hoy es uno de
esos días en los que mi cerebro ha sido invadido por un revoltijo de ideas y
pensamientos que son de difícil orden para plasmarlos en un post lógico y
sensato. Pero necesito escribir, me apetece compartirlos con vosotros, así que
me lanzo a este folio sin guión y con tobogán. De arriba a abajo sin pensar en
qué me espera cuando me tope con la dura tierra. Vamos allá.
Soy un firme defensor del
Twitter y, en general, de las redes sociales. No me convence mucho Instagram,
pero más que nada porque me parecería tremendamente injusto para el receptor
enseñar una y otra vez mi rostro. O mis pies. O mis manos. O mi espalda. O mi
peinado. O mi desayuno. O mi cena. O las 2 mandarinas que me como en la
merienda. O mi foto en la playa con el primo segundo de la amiga del vecino que
vive en el 3ªA. Pero Twitter me gusta. Es más, os confieso que entre enero de
2013 y marzo de 2015 me he sentido mucho más periodista en la red social que en
la radio para la que trabajaba. Durante ese tiempo el pajarito me inyectó
gasolina gracias a las opiniones, los debates, las noticias o los contenidos
que yo pude difundir, y también, por supuesto, a los temas interesantes que encontré gracias a
otros compañeros o tuiteros. No os imagináis la frustración que provoca
conseguir una noticia y no tener espacio para darla en tu emisora porque allí
está toda la programación grabada. Frustrante.
Lo dicho, Twitter tiene
muchísimas cosas buenas porque al final es un medio de comunicación más (y de
información). Como todo lo que manejan los humanos, esa especie que a veces
roza lo inefable, es una herramienta que también alimenta vanidades (autocrítico
con mi profesión), anonimatos con bilis, obsesiones, frustraciones e incluso
odio. Sí, hay gente que se abraza a Twitter para odiar, para seguir odiando,
para comenzar a odiar. Es asombroso comprobar como algunos perfiles sólo son
engordados a base de insultos y ofensas. A todas horas, todos los días. Qué
pena de vida, ¿no os parece?
He defendido muchas veces que no
entiendo la prensa como un ser único, como una especie de bestia en la que
estamos todos metidos. No, lo siento, eso es rotundamente falso porque quizás
sea el sector más heterodoxo de la historia de las profesiones. No es igual un humilde locutor de una emisora local de Murcia que un cronista de tenis de
El País. No es lo mismo un presentador de un informativo televisivo que un
inalámbrico de la Cultural y Deportiva Leonesa (¡qué envidia!). No, no es lo
mismo. Me siento muy poco corporativista, yo soy más de personas que de
gremios, pero aún menos legitimado para
dar lecciones sobre qué es el buen o mal periodismo. Sí puedo elegir entre lo
que a mí me parece bueno y menos bueno (un gusto), pero no deja de ser un sentimiento como
actor muy secundario de la obra de teatro, o simplemente como receptor de
programas y contenidos, algo que llevo haciendo desde que tengo uso de razón.
En Twitter se junta
definitivamente la boca de la pescadilla con la cola. Es la hoguera de los
extremismos, el nido de pensamientos únicos más acogedor del planeta. En lo
personal, no me reconforta tener más o menos seguidores, sino disfrutar y
aprender con ellos. Si para tener 600.000 followers hay que llamar
"idiota" a un árbitro por no ver un penalti o recibir miles de insultos personales, no
cuenten conmigo. Si para participar en la primera fila de esa gigantesca obra
de teatro que es Twitter, hay que delirar hasta conseguir el disfraz adecuado
para tu personaje, no cuenten conmigo. Si para tener 1000 retuits hay que usar
las palabras robo, atraco, persecución, confabulación o campaña, me conformaré con 3 o 4
favoritos y tan pancho. Lo único que me da rabia de cómo está montada esta
sociedad es que gente con mucho talento no consigue mostrarse ni transmitir sus
genialidades. Yo las veo, yo las leo, yo las disfruto, pero no es fácil
llevarlas a la orilla en medio de esta marejada continua e interminable.
Jamás he bloqueado a nadie en
Twitter. En el fondo me parece un fracaso, no sé muy bien cómo explicarlo. En cualquier
caso, jamás puede ser una razón para presumir. Quizás esté equivocado, pero
tengo la firme convicción de que todos merecemos varias oportunidades. Para mí
Twitter no tiene ningún sentido sin ese ida y vuelta. Pero a veces es imposible.
Imposible. Muros, paredes con el 70% de pendiente en medio de una ventisca que
te hace llorar. Hablas de Neuer y te reprochan que no digas que Casillas es un
topo, alabas a James y eres un vikingo, criticas algo puntual del Madrid y eres
antimadridista, dices que el Barça juega mal y vuelves a ser merengue, hablas
de una bota de vino y te recuerdan que no censuras que Arda le tiro una de fútbol al
linier, haces la información de baloncesto del Madrid y eres anti no sé qué,
compartes una buena racha de Simeone y ahora eres del Atleti, encumbras a Messi y eres un culé recalcitrante. Y así todo, blancos
o negros que entierran la que para mí es la única verdad. YO SOY PERIODISTA.
Por delante y por detrás de todo. Un periodista que piensa, como sé que muchos
otros compañeros lo hacen, que no es noticia ni es importante en absoluto
cuáles sean sus colores. ¿Qué más dará?
Voy a la radio. En la radio el
narrador transmite pasiones, sus gritos han de colarse en el corazón del
receptor, te toque hacer un partido del Madrid, del Atleti, del Barcelona, del
Valencia, del Estudiantes, del Baloncesto León, del Conquense, del Obradoiro,
del Cádiz, del Atlético Barceloneta, del Inter Movistar, del Balonmano Aragón o del equipo de los 1000 demonios. Tú te
debes a tú público, coño, que el periodista no es tan importante. No es lo
mismo trabajar en Catalunya Radio, que en Radio Marca, que en Onda Madrid, que
en Gestiona Radio Valencia. Esa es la obligación del narrador de partidos,
conectar con los sentimientos del receptor, sean los que sean. Es un desafío
precioso. El inalámbrico tiene otras funciones y otros retos. Y el presentador.
Y el animador. Y el productor. Todos. sin olvidar jamás que la radio es una
cadena que conduce directamente al alma del oyente. Él es el importante, el imprescindible.
Lo demás, milongas. Recibo con asombro que haya mucha gente que siga pensando
que para hacer la información de un equipo concreto hay que ser hincha de ese equipo. Desde el respeto, me parece una solemne tontería.
En Twitter es lo mismo. Como
receptor de información admiro a los periodistas que no sé qué van a decir en
una tertulia o en su análisis tuitero después de un partido importante. Joder,
es que es de cajón, ¿no? Quizás no, puede que esté errado en este
planteamiento. Lo dicho, me da pena que Twitter alimente vanidades, bilis,
odios, ojos inyectados en sangre, obsesiones. Es sospechoso el que no se
posiciona en un bando extremo. Es un perro verde el que trata de ofrecerle el
brazo a la mesura. O quizás todo esto no sea más que un ruido ensordecedor en
medio de la normalidad, ya que en Twitter se encuentran muchas personas que
debaten con respeto y que te enseñan un montón de cosas. El otro día pensaba
que al menos me sentía orgulloso de haber vivido aquel lejano reporterismo en el que el
trabajo dependía de ti. Podías irte feliz a casa por el trabajo hecho o
marcharte con un cabreo de tres pares de narices por la convicción de no haberlo realizado bien. En 2015 eso es casi imposible puesto que las entidades eligen su
menú del día... eso el día que toca comer. Los grandes, los medianos y los
pequeños. Hay zonas mixtas en las que Groucho Marx sería capaz de rodar varias
películas a la vez. Se impone el periodismo de cebos, grandes caracteres,
rotondas o cámara en la puerta del garito. Vamos, lo que veo junto a mi madre a las 14.30 cada vez que voy a comer a su casa... pero bajo la etiqueta de
"Deportes". Todos tendremos algo que ver en que hayamos llegado a un
punto en el que estrellas mundiales marquen 5, o 4, o 3 goles y no hagan declaraciones públicas. No soy de los que dicen que a mí me da igual porque me
gusta hacer mi curro lo mejor posible. Pero defiendo con vehemencia que el
periodista no tiene tanta importancia. Sí hay mucha gente detrás. Personas a
lo largo y ancho de todo el mundo que cada día hacen más grandes a estas
referencias del fútbol. Sería bueno que alguien les invitara a salir de sus urnas.
Twitter: entre la bilis y lo mucho bueno. Cambia Twitter por periodismo. O por aficionados. O por personas, que al final es la madre del cordero. Menudo cajón desastre que he creado en forma de artículo. Si has llegado hasta el final, quiero que sepas que eres mi héroe.
has escrito un maravilloso desorden perfectamente ordenado. Muchas reflexiones interesantes que en gran parte comparto. Eres bueno, cabrón
ResponderEliminarGracias de corazón, compañero! Un abrazo!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPues he llegado hasta el final. Y llego porque estás tú entrelíneas. Solo unas reflexión: las vanidades que engordan con el número de followers, en el fondo, dan pena.
ResponderEliminarMuy cierto! Gracias, Margot, qué gustazo tener ahí, joder!
ResponderEliminarJajajaja ¡mira que te va la marcha jodío!. Pero sigo pensando que tienes la piel demasiado fina para ser periodista y tuitero.
ResponderEliminarGrandísimo artículo, dices cosas muy interesantes e inteligentes, con las que estoy bastante de acuerdo, estás en la antítesis de los que se dedican a faltar al respeto o escribir chorradas. Dejas además en su sitio a ciertos elementos sin rebajarte a su nivel.
ResponderEliminarAunque reconozco que me ha sorprendido lo de que nunca hayas bloqueado a nadie en Twitter con la de barbaridades que habrás tenido que leer.
Muchas gracias por mimar este oficio. Los que realmente amamos la radio y el periodismo, lo valoramos. Al menos yo, que también he leído hasta el final. Besos
ResponderEliminarMuy buen artículo, y muy próximo a la realidad y al sentido común por igual. Vas a acabar logrando que vuelva a escuchar Radio Marca, al menos cuando participes tú. Periodistas "neutros" quedan pocos, lástima que exista tanta Tendencia interesada en todos los medios de comunicación en general. Gracias por tus opiniones y felicidades.
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