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martes, 5 de noviembre de 2019

MIS 40



Muy de vez en cuando me da por compartir por aquí cosas personales y pienso que las cuarenta castañas es una buena excusa para hacerlo. Sí, ya he llegado a los cuarenta, esa edad que cuando uno es niño se ve tan lejana que piensa que nunca los va a cumplir. Cuando somos adolescentes vemos a los cuarentones como señores, así que sí, ya soy un señor. La tentación de no serlo se evade de cuajo cuando un niño se dirige a mí en la calle: “Perdone, señor...”. Maldita sea. 

No me puedo quejar. No me debo quejar. He entrado en los cuarenta en un buen momento vital. Curro en lo que me gusta, tengo una familia inmejorable, buenos amigos con los que ir a la batalla con pistolas de agua y una hija que me ha cambiado completamente la vida. Paula es mi tesoro, mi gran amor. Estoy seguro que haga lo que haga en lo me queda de vida, no seré capaz de mejorar algo tan hermoso y verdadero como ella. 

Los que sois padres me entenderéis, pero estos pequeñajos atesoran la virtud de modificarlo todo. Mejoran días que han salido imperfectos, perfeccionan días que ya han sido cojonudos. Ella es la prioridad, ella lo es todo. Lo demás siempre puede esperar. Te despierta a golpes a las 7 de la mañana y te ríes. Te duchas con ella rodeados de juguetes y jabón y te ríes. Gatea hacia ti con cara de incontenible felicidad y te ríes. Llora desconsolada por cualquier nimiedad y te ríes. Los bebés son felicidad, alegría, inocencia, verdad. De lo poco 100% puro que le queda a nuestro día a día.


En estos cuarenta años me he equivocado muchas veces. Muchísimas. Y desde aquí pido perdón a alguno de vosotros que así lo sintáis cuando leáis estas líneas. En ocasiones me sorprendo torturado y agobiado cuando me doy cuenta de que en muchas situaciones ya no hay vuelta atrás. Que si algún día le jodí a alguien sin darme cuenta, eso ya no vuelve para corregirlo. Intento ser una buena persona todos los días, empatizar con los demás, ponerme en la piel y en la cabeza de los que comparten habitual, o esporádicamente, su vida conmigo. Y aunque me lleve hostias y decepciones, sigo pensando que siempre es mejor estar más cerca del bebé que del adulto. Que compensa que te la claven varias veces mucho más que equivocarte injustamente con una sola persona. En ese sentido valoro mucho la inocencia, algo que para mí sigue siendo una virtud. 

Hace algunas semanas me preocupé seriamente con mi voz. He tenido un problema en las cuerdas vocales y durante algunos días, cuando veía que aquello no arrancaba, llegué a pensar que quizá tendría que plantearme no volver a trabajar en mi gran pasión, la radio. Hemos pasado por el taller, seguimos en fase de recuperación, pero poco a poco estamos recuperando sensaciones. Ni una sola vez he pensado eso de por qué me ha tenido que pasar a mí, sino que me he centrado en acertar con la tecla adecuada y buscar soluciones. En ello andamos. Es un asunto que aún tiene bastante recorrido por delante y que ahora mismo polariza mi vida profesional. 

He cumplido ya veinte años en Onda Madrid. Media vida. Casi nada. Ni en mis mejores sueños. La radio me lo ha dado casi todo. Desde la mujer de mi vida hasta personas de esas que entran en tu corazón y ya no salen jamás. El 95% de lo vivido allí ha sido y es bueno, buenísimo, rematadamente bueno o bueno como la madre que lo parió. De lo otro también se aprende... y mucho. Por ejemplo, a tener muy claro lo que nunca me gustaría ser en la vida. También que hay gente mala, en toda la extensión de la palabra. Pero eso no es más que la vida misma. Y ni siquiera la maldad es eterna. Hay que convivir con ello y alejar lo tóxico. Hace veinte años, cuando entré por primera vez en el edificio de la radio, ni valoraba en mi fuero interno que pudiera existir gente así. Por eso os decía eso de bendita inocencia. 


Pues nada, amig@s. Que pienso vivir al menos 40 años más. Tengo muchísimas ganas de aprender, en mi trabajo y en la obra de teatro que se vive cada día por las calles y en los bares de las ciudades. Que me pone mucho más contento que alguien diga “ese tío era majo” a “un día cantó un buen triple o un buen gol”. Que adoro a mi madre y que recuerdo cada día a mi padre. Y que en esta vida que nos ha tocado vivir siempre hay que aspirar a ser (moderadamente) feliz.   

miércoles, 8 de mayo de 2019

ROCK'N ROLL


Siempre que veo a Jurgen Klopp pienso lo mismo: que es un tío con el que me gustaría irme de cañas. Los que lo conocen insisten en que en su vida privada es tal y como se muestra en su puesta en escena pública. De él me gusta todo: que vista en chandal y con el chubasquero del equipo. Que luzca una barba descuidada. Cómo exhibe el puño cuando celebra un gol. Esa sonrisa burlona cuando está en desacuerdo con una decisión arbitral. Y ese abrazo efusivo con sus soldados tras una gran función.


El carisma no se alquila ni se adquiere por Amazon. Se tiene o no se tiene. Y este entrenador alemán derrocha carisma por arrobas. Conecta tan bien con el público que podría vender desde un crecepelo hasta una colonia pasando por un seguro de vida o un viaje en globo. Le basta una sonrisa para camelarse al receptor más congelado del planeta. Como decíamos cuando éramos muchachos (supongo que ahora sonará a prehistoria) Jurgen mola mazo.

Bien, todo esto esta muy bien. De cine. Pero lo más importante es que Klopp es un pedazo de entrenador como la copa de un pino. Nacido en Stuttgart, desarrolló su carrera como futbolista en el Mainz (nuestro Maguncia). Manager de proyectos largos, estuvo ocho temporadas allí como entrenador, luego viajó a Dortmund para recorrer de amarillo otros ocho kilómetros y ahora contagia pasión red desde el año 2015. Su palmarés exhibe dos Bundesligas, una Copa alemana y dos Supercopas germanas. Algunos lo tildan de perdedor, algo que resulta hilarante. ¿Perdedor? Jajaja.


El jefazo teutón acaba de meter a su equipo en la tercera final de Champions. Súmenle otra de Europa League. Aún no ha ganado ninguna. ¿Y? Siempre ha mejorado a sus equipos, siempre ha dejado en la cuneta a enemigos mejores. Y lo más importante: siempre ha impregnado a sus escuadras de un estilo propio. Estilo que se podría desarrollar en varios artículos, pero que a mi juicio se resume en una palabra que en la vida siempre suma. Valentía. Ir, ir e ir. Y volver a ir. E ir otra vez. Y otra. Y otra más. Siempre. "Klopo" es una bendición para el fútbol.

Circula por Internet un vídeo en el que Jurgen entra en un pub y, pinta de cerveza en mano, termina cantando canciones del Liverpool junto a los hinchas reds. Transmite una naturalidad poco habitual en el fútbol profesional. Puro rock’n roll. Agitar la guitarra eléctrica mientras el flequillo enloquece. Aporrear la batería mientras tu gente corea con emoción el estribillo más hermoso del mundo. Interiorizar y exteriorizar la pasión de un hincha. Vivir como un scouser más. Comprometerse. En el fútbol, en la política y en la vida. Klopp es un crack. Me da igual que pierda la Premier por un soplido, con una sola derrota y sumando 97 puntos. Le espera el Metropolitano. Y si no levanta la copa, irá a por la siguiente. Siempre abrazado al rock’n roll.

jueves, 2 de mayo de 2019

Y SI...


El descenso a Segunda está prácticamente consumado. La salvación se ubica a seis puntos, con otro equipo entre medias que saca cuatro, y otro por detrás echando el aliento en el cogote. Quedan solamente tres partidos, dos de ellos fuera de casa, donde el equipo no gana un partido desde el mes de enero. Hinchas y periodistas sacaron la calculadora el pasado fin de semana para ver qué cuentas descendían matemáticamente a la franja roja con aún tres fechas por delante. Y encima el Girona le gana al Sevilla. Y con Raúl de Tomás fuera dos partidos seguidos. Y con Javi Guerra, casi rescindido en el último minuto del último día de mercado, como único delantero disponible en la convocatoria.

Y va el Rayo y le gana al Madrid. Dos décadas después, en el momento más agónico de los últimos tiempos. Con dos pelotas… de fútbol. Venga, a comprar pilas, que la calculadora echa humo. O mejor, a comprar otra nueva, que esta ya está delirando después de tanto trajín. Juro por los dioses del balompié que el domingo a última hora Vallekanfield volvió a entrar en ebullición. No es que la gente piense que el Rayo se vaya a salvar, sino simplemente está orgullosa de reconocer a su equipo, ese que se deja todo lo que tiene al margen del resultado final. Veladas como la del otro día atestiguan que la afición del Rayo es muy fácil. Un imperceptible guiño de ojo les sirve para convertirlo en la conexión más profunda del mundo. Son un tesoro. Y la presidencia los está perdiendo.



Bueno, regresemos al planeta Tierra. Es rematadamente imposible que el Rayo se salve. Un amigo muy pirao dice que bajará el sábado en Orriols con un gol de Coke Andújar en el minuto 96. El destino es así de cabrón. Incluso la ciencia ficción de sumar los últimos 12 puntos de la Liga de una tacada no garantizaría la anhelada salvación. El Levante también se la juega y va a reventar su campo, con 353 irreductibles vallecanos que cogerán la A3 con la certeza de que cuando acabe la excursión solo existirán dos escenarios posibles: o la ilusión o el funeral. Creo que no hay nada más duro para un hincha que asistir al descenso de su equipo.

Nada, es cuestión de tiempo. Pero y si… Que no, que son castillos en el aire. Ya, pero quizás… ¡Mira la clasificación, demonios! La he mirado muchas veces, demasiadas. Tienes razón. Pero como por algún acontecimiento paranormal, milagroso e imposible el Rayo se quede este año en Primera División, lo del día del Tamudazo quedará en anécdota. Vallecas implosiona.

Posdata. A veces uno tiene que hacer cuatro triples mortales y siete tirabuzones para estar donde desea. Busca combinaciones imposibles y complicidades especiales para al menos saborear una pequeña dosis del Rayito ligado a su profesión. Hay días que uno siente y sabe que tiene que estar. Sí, estaremos el sábado en el Ciudad de Valencia.