El deporte siempre reserva un hueco para los románticos. En el baloncesto encontramos a uno a 3000 kilómetros de España, allá donde el baloncesto es una religión, allí donde la historia de la cesta guarda un lugar privilegiado para el club Zalgiris. Joan Plaza disfruta en el este de Europa de otra aventura vital, una de esas aventuras que Joan narra cuando coge su ordenador para dar forma y contenido a sus novelas. Una aventura incluso demasiado compleja para un tipo tan soñador como nuestro entrenador.
Porque el "coach" Plaza está lidiando con 1000 obstáculos para poder ser moderadamente feliz en su periplo lituano. Ha logrado lo más difícil, darle estabilidad deportiva a un equipo que durante la última década ha engullido a todo entrenador que osaba sentarse en el banquillo verde. Líder en las dos competiciones domésticas, la nacional y la internacional (aquí el Zalgiris se cita con rivales como el CSKA de Moscú o el Khimki) y recorrido notable en la Copa de Europa, en la que tras una primera fase brillante parece que los lituanos no van a poder alcanzar los cuartos de final. Gran mérito el del entrenador español, que en las últimas semanas ha visto como su aventura se contaminaba de episodios surrealistas.
Joan aún no ha cobrado ni un sólo euro (o lita, moneda oficial de Lituania) de su contrato. Nada. Su honestidad y su compromiso con el proyecto le llevaron a abrir su cuenta en el banco que patrocina al Zalgiris. Ahora esa entidad se ha declarado en bancarrota, por lo que nuestro entrenador tiene su dinero "bloqueado" a la espera de un "desatascador" que no se espera llegue a corto plazo. Algunos de sus jugadores fueron más listos y sacaron la "pasta" antes del cruel desenlace. El Zalgiris es un club endeudado que no es capaz de cumplir ni con las condiciones básicas del contrato de un técnico. Hace unos días Joan se quedó sin calefacción, sin luz y sin Internet en su hogar porque su club no había abonado las cantidades acordadas para cubrir esos servicios básicos. Una situación casi desesperada para un tipo al que ni siquiera le fue posible desahogarse con su familia y amigos a través de Skype. "A pesar de todo lo que está ocurriendo trato de disfrutar esta experiencia al máximo", confesaba hace unos días en la Cope.
Un escenario terriblemente injusto para un hombre que se ha dejado el alma para consolidar su adaptación al Zalgiris y a la vida en Lituania. "Al principio pensaba que no duraría aquí ni dos meses". Se acostumbró a descorrer cada mañana la cortina y no ver el sol, a abrigarse hasta el alma antes de salir de casa, a echar de menos su España querida hasta el punto de emocionarse al comprar un diario "El País" en Moscú o encontrar aceite español a miles de kilómetros de la piel de toro. Cuando había conseguido interiorizar Kaunas como parte de su corazón, se ha topado con un sinsentido institucional que ya no le permite pedirle a sus muchachos que lo dejen todo por la sagrada camiseta verde.
Joan Plaza. Un tipo que hace de la sensibilidad una bandera. Un hombre capaz de fotografiar la baldosa que pisaba en el momento en el que el Real Madrid le llamó para ofrecerle el cargo de entrenador. Allí, de vacaciones en Escocia, se tomó junto a su mujer el primer whisky de su vida para celebrar su salto a esa élite que todavía le acoge. Un tío que se levanta de madrugada para anotar en un folio una idea o un concepto nuevo de su pizarra baloncestística. Un señor de los pies a la cabeza que cuando abandonó el Madrid citó a los periodistas más cercanos para compartir vinos, tapas y emociones. Su novela "Las mantas de Angelina" ha sido recientemente publicada en lituano, un idioma "imposible" con el que a Joan le cuesta familiarizarse. Cuando estuve allí aprendí una palabra que sirve para bendecir la llegada de un soñador al baloncesto de primer nivel. ACÍU (Gracias).