El factor
diferencial es el muerto. Cuando hay un muerto llueven los comunicados
oficiales, se agitan las hipócritas conciencias y se convocan reuniones
urgentes que ya se produjeron cuando el penúltimo muerto. El muerto marca la
agenda de los balones fuera y los deseos de que jamás haya otro muerto. Sin
muerto, nadie se habría reunido, nadie se habría sobresaltado, quizás nadie se
hubiera enterado de que 2 centenares de delincuentes se habían citado en plena
calle, armados hasta los sobacos, para darse de hostias.
El muerto es el único que nos
recuerda que los que sentimos el fútbol como una parte importante de nuestras
vidas tenemos un problema grave. Y muertos ha habido pocos, muy pocos para el
clima bélico que rodea los partidos y hasta la cotidianeidad de este hobby
llamado fútbol. 11 muertos en los últimos 32 años no me parece una cifra
exagerada para la ingente cantidad de escoria que se abraza al entorno de este
negocio con forma de deporte. El origen de la corrupción está probablemente en
la tendencia que tiene el ciudadano a engañar, una desviación que exhibe el
alcalde poderoso pero también el español anónimo que no maneja dinero público. Con
el fútbol es lo mismo, el germen de la violencia se sitúa en cada hueco de cada
grada de los estadios españoles. Detrás de un apuñalamiento está la tibieza con
la que asistimos a un insulto o una obscenidad.
Siempre he defendido con
convicción y vehemencia que los que formamos, de una u otra manera, parte del
fútbol somos demasiado tibios. Me rebelo ante los que asumen que el fútbol ha
de ser un contenedor de mierda, de actitudes que serían censuradas al instante
en cualquier otro ámbito de nuestra sociedad. Soy un enemigo acérrimo de la
violencia física, por supuesto, pero también de la violencia verbal. Es como si
las gradas de un estadio fueran un microclima que acogiera con simpatía
barbaridades que jamás serían aceptadas en la cola del supermercado, en un
autobús, en el andén del Metro, en los baños de un cine, en la recepción de un
hotel o en la sala de reuniones de una multinacional. En los estadios de fútbol
se escuchan los “hijos de puta”, “me cago en tu puta madre”, “moro de mierda”,
“maricón bastardo” y una amplia colección de obras poéticas como ruido de fondo
que ya no nos afecta. He discutido muchas veces con compañeros de profesión que
valoran esta violencia verbal como un lugar común. “Es el fútbol”, como si el
fútbol tuviera la obligación de acoger toda la porquería que se intente agarrar
a él. Debajo de un gran árbol siempre hay una semilla. Y de una semilla pueden
nacer centenares de ramas podridas.
Afirmar y, lo que es peor,
convencerse de que sucesos como el de Madrid Río son ajenos al fútbol es una
barbaridad. Porque estos delincuentes, muchos de ellos con antecedentes penales
a sus espaldas, encuentran cobijo en el fútbol. Ya somos mayores para chuparnos
el dedo. Son radicales con nombres y apellidos, la mayoría identificados y
fichados. Son rostros conocidos por las
autoridades y por los clubes de fútbol, que en muchas ocasiones les financian
viajes, les acomodan en aviones oficiales y hasta les regalan entradas con las
que luego hacen negocio. Esto es más viejo que la tos, por eso es delirante la
hipocresía con la que los “corbatas” comparecen delante de un micrófono con el
cadáver del muerto aún caliente. Sobran los comunicados y faltan los hechos. Con
muertos y sin muertos.
En Argentina la delincuencia se
apropió de las gradas de los estadios y de las oficinas de las entidades. En
España una supuesta ideología marca la agenda de barbaridades de los grupos
ultras. Una sinrazón que acoge incluso a cuarentones padres de familia que
dejan a 600 kilómetros a un niño de 4 años para venir a Madrid a darse de
palos. Con 16, 17, 18, 20 ó 22 años puedes equivocarte, incluso hacer cosas de
las que quizás te arrepientas toda tu vida. Con 40, 45 ó 50 algo muy grave ha
fallado en la cadena de la evolución para desayunar entre bates de beisbol y
navajas. Es muy duro que muera un hombre joven que se metió en una pelea. Pero
lo más sangrante es que eso ya le ha ocurrido (y le puede volver a ocurrir) a
cualquier hincha pacífico cuyo único delito es acudir con ilusión a un partido
de fútbol.
Hagamos autocrítica. Hemos
llegado a un punto en el que en el fútbol siempre vende más la confrontación
que la armonía. A pequeña escala, como puede ser una encendida tertulia
periodística, o a mayor escala, como una reyerta multitudinaria entre radicales
que agreden en nombre de no sé qué ni quién. Venden más las hostias que los
abrazos, molan más los insultos que los piques sanos. Hemos asumido que no
llevamos a un muchacho a ver un partido de fútbol porque es peligroso, porque
tenemos miedo. Eso es gravísimo, supone una gran derrota colectiva a la que
contribuyen la tibieza de los hinchas y la hipocresía de los dirigentes. Lo
peor de todo es que cierro este artículo con la convicción de que quizás en
2030 siga teniendo vigencia. Hasta el próximo muerto.
Brillante, amigo.
ResponderEliminarGrande, Carlos. Pero lamentablemente tienes razón: hasta la próxima muerte. Ya hemos asistido a declaraciones d eEnrique Cerezo y Miguel Ángel Gil lavándose las manos. Demasiada lamentación en los medios hasta el siguiente partido en que ya se olvidarán y no darán la tabarra. ¿Qué les pasa a nuestros grandes medios de comunicación, esos que generan debates y en los que quieren adoctrinar, para no dar la tabarra con un asunto tan gordo y por una suplencia de un jugador montan un pollo descomunal? ¿hasta cuándo seguirán dando cobijo y coartada a los que miran para otro lado con el falso y manido "son 4 gatos" para quitar hierro al asunto?
ResponderEliminarBrillante lo que has expuesto, Carlos, pero la verdad está en la hipocresía de nuestra sociedad a todos los niveles... ¿a los árbitros "en los campos de tierra" ya se les ha dejado de insultar, acosar y agredir? Lo vemos muchas veces en esas gradas del fútbol local en categorías infantiles, cadetes y juveniles... y no son 4 gatos, es el 50% de los que van. ¿Cómo se acaba con esto? Pues igual que se hace con todo, machacando a la la ciudadanía y denunciando los casos desde los medios d comunicación para señalar lo que no está bien. Ah, pero para eso no, para señalar a Mou, sí, pero para señalar eso , ya e smás complicado, pq luego llegan los dirigentes y piden que no se meta al club, que e salgo delicado, bla, bla, bla y un "no te preocupes" del director de turno y volvemos a la hipocresía de siemrpe.
Pues yo pienso que por mucho que les eches del estadio, no vas a evitar que queden para pegarse antes. Para una pelea por ejemplo entre Bukaneros y Ultras Sur no hace falta ningún regalo de entradas ni financiación de viajes.
ResponderEliminarEnorme y clara reflexión que comparto al cien por cien, compañero. David Hernández.
ResponderEliminarGracias a todos por vuestras lecturas y comentarios!!
ResponderEliminarcomparto, totalmente de acuerdo, gran artículo
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo Blas, hay que ser valiente y echarlos de una vez. Yolanda
ResponderEliminarMuy facilón.
ResponderEliminarTe creía, y te creo, muy capaz de profundizar más, de no quedarte en la superficie que te has quedado, de no ser como los demás que se llenan la boca de argumentos facilones sin análisis ninguno.
Das por sentada una quedada que ya ha desmentido la propia polícia (y desde el minuto 1 medios como Onda Cero), metes a todos en el mismo saco, palabras altisonantes sin profundizar en motivos, sin diferenciar entre unos ultras y otros...
En fin, pequeña gran decepción.