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miércoles, 4 de octubre de 2017

BANDERAS, PERSONAS Y RELATOS


Desgraciadamente para la tranquilidad de los seres humanos, hoy en día los grupos de whatsapp son un termómetro, no sé si demasiado fiable, para al menos escenificar lo cotidiano. Durante las últimas horas he recibido muchos mensajes en esos chats en los que a veces uno ya ni sabe quién o quiénes están. De esos mensajes, dos han llamado poderosamente mi atención. Uno defendía la necesidad de volver al franquismo, que "además según cuentan no se vivía tan mal". Otro dejaba claro, sin matiz alguno, que todos los policías nacionales son unos hijos de puta.

Posiblemente estos pensamientos sean minoría en España. Pero existen. Y votan, por supuesto. Y su voto vale lo mismo que el tuyo o el mío. Como existen personajes como Rafael Hernando o Gabriel Rufián, políticos que no saben orar sin provocar y que jamás abandonan su polo, situado siempre en el extremo. Como existen en 2017 niñatos menores de edad, acompañados de adultos, que cantan el "Cara el sol" con la mano derecha alzada en plena vía pública. Como existen padres que son capaces de llevar a su nene a hombros en medio de una batalla, quizá porque piensen que el independentismo merece que un niño haga de escudo.




En esta vida el relato de los hechos siempre puede ser tartufo. Impostor en el sentido de elegir solo las piezas que encajan en el puzzle que nosotros queremos ver, o vender, o sentir, o defender. Una manipulación que se ha agudizado con las redes sociales, ideales también para la veneración de la mentira y la propaganda. Estoy cansado de ver tuits y retuits unidireccionales durante estos días. Personas sin un solo gris que obvian lo que no les interesa y exageran lo que casa con sus ideas. Es acojonante la seguridad que desprenden estos seres humanos. Da miedo que tengan todo tan claro, que no duden, que no puedan cambiar de opinión. Muy parecidos a esos políticos que imponen su "no se vota ni se votará por mis cojones" o amenazan con un "ojo al que no entre en esta batalla contra el Estado español porque Roma no paga traidores".

Yo me siento español. Y elijo el camino que considero más adecuado para canalizar ese sentimiento, que por cierto no tiene por qué ser el mismo que hace 20 años. Pero por delante de cualquier bandera están las personas, algo que creo me ha ayudado a entender el privilegio de haber viajado a muchos lugares diferentes del planeta. Quién coño soy yo para rebatir a un catalán que no se sienta español. Y quién coño soy yo para intimidar a un catalán que luzca con orgullo una enseña nacional. Que un sector de las fuerzas de seguridad se haya excedido hasta el punto de arrastrar por el suelo a gente indefensa no es motivo para escupir insultos contra un colectivo, entre otras cosas porque ahí dentro habrá gente que este jodida con lo que sucedió el pasado domingo. Que un hotel de Calella eche a la Guardia Civil o un grupo de delincuentes lance vallas contra una lechera no significa que los ciudadanos de Cataluña sean violentos.

Hoy mismo ha habido peleas en las calles de Barcelona entre, disculpad por la simpleza de los términos, indepedentistas y nacionalistas españoles. ¿Quién ha tenido la culpa? Depende de si preguntas a un miembro de la CUP o a la vicepresidenta del Gobierno. Depende de lo que tengas metido en tus grupos de whatsapp. Depende más de lo que uno quiera ver o defender que de la misma realidad, como casi todo en esta vida repleta de extremismos y de colores oscuros.




Hay que dialogar. Hay que hacer política. Hay que hablar con la gente. Hay que leer. Hay que preguntar. No obviemos que en Cataluña existe un sentimiento de pertenencia excepcional y tampoco que los cambios hay que canalizarlos en el Parlamento y a través de las leyes. No todo lo legal es lícito, ni todo lo lícito legal, pero no puede haber barra libre para defender las ideas o los deseos de cada uno. Los fanatismos, aquí, allí y más allá, son lo más peligroso del mundo. Dan miedo, provocan terror, sacan lo peor de los seres humanos. Abrazarse al conflicto es lo más fácil. Conducen al delirio, como convertir a Arnaldo Otegi en un hombre de paz que se hace fotos con cientos de ciudadanos como si fuera una estrella de rock.

Queridos lectores. Perdonad mi atrevimiento de escribir sobre este asunto que, como a muchos de vosotros, me duele. Y no olvidéis la enorme cantidad de políticos infames e interesados que viven de esta mierda que, por cierto, en muchos casos les permite esconder hechos mucho más graves debajo de la alfombra de la corrupción. En Cataluña y en España. Respetemos a los que no piensan como nosotros. No acosemos al que piensa diferente. No impongamos. Hablemos. Dialoguemos. Rebajemos el tono. Y sobre todo, tratemos de detener y combatir esta fractura social que es nociva hasta consecuencias incalculables.









2 comentarios:

  1. Buen artículo, Carlos. Muy de acuerdo contigo. El problema viene de arriba tanto de los que gobiernan como los de los que no, de unos y otros a ver quién consigue más votos con las decisiones que toman y que al final paga el ciudadano de a pie, el que menos culpa tiene de todo esto y al que menos se le escucha.
    Como decía Rafa Nadal hace algunos días, la clave de todo esto es QUERER cambiar todo esto.
    Un saludo,

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  2. Gracias pot ponernos letra a muchos

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