Antes de entrar
en faena, voy a pedir perdón por anticipado porque tengo la convicción de que
en este texto voy a incurrir en un error que censuro con frecuencia:
generalizar. Hablaré del periodismo en general cuando defiendo con vehemencia
que es la profesión más heterodoxa del planeta. Y utilizaré la primera persona
del plural sabiendo que en esa generalización seré injusto con muchos
compañeros a los que admiro y de los que aprendo cada día. Pero honestamente lo
he meditado mucho y no encuentro otra manera de enfocar esta reflexión. Allá
vamos.
Está a punto de finalizar el
mercado de fichajes. Está siendo un fin de fiesta movidito, más que en los
últimos veranos. En lo personal cada mercado es un aliciente para mí, me
encanta sentir la adrenalina de trabajar y pelear por poder ofrecer noticias y
contrataciones del Rayo Vallecano y del Real Madrid de baloncesto, los equipos
que mi profesión me ha colocado más cerca. Siempre he defendido que dar una
noticia es muy difícil, aunque en algunas ocasiones depende simplemente de
contar con la suerte de acceder a la mejor fuente. Sí, no dudéis que existe un
componente muy importante de casualidad.
Me refiero a las noticias vacías de intereses. ¿Pocas? Puede ser. Pero la
felicidad del periodista al transmitir esa información es enorme. Y no hablo
del Madrid o del Barça. Ni del Atleti. Ni del Madrid de basket. Noticias son
todas. La que da un trasatlántico mediático y la que ofrece un desconocido
periodista de un medio local. La que te comes porque se adelanta otro compañero.
E incluso la que jamás podrás contar.
El periodismo necesita una
autocrítica severa. Nos devoran los egos, nos tritura la obsesión de dar una
noticia… para ser noticia. He dedicado un par de horas a repasar informaciones de
este verano que el periodismo daba por hechas al 100% y jamás se produjeron.
Durante mi corta y discreta carrera como periodista he cometido muchos errores
y en alguna ocasión he ofrecido datos erróneos. A todos nos la cuelan alguna
vez, todos nos equivocamos mucho. Y me ha jodido horrores pifiarla, hasta el
punto de que ahora aprovecho para pedir perdón a los que en esos momentos están
cerca de mí y me aguantan… porque creedme que no es fácil. Por eso soy incapaz
de asumir tanta frivolidad, tanto chau chau, tantas vueltas para no reconocer
que en un caso concreto la hemos cagado. Amo mi profesión (o lo que queda de
ella) con locura, y confieso sin ambages que en demasiadas ocasiones siento
vergüenza ajena.
Lo de este verano ha sido una
locura. Hemos convertido el mercado en un mercadeo, en una barra libre de
exclusivas y primicias que no iban a ningún lado y que semanas, o días, o
incluso horas después, cambiaban a exclusivas y primicias con la flecha
apuntando en otra dirección. Es pésimo el ejemplo que ofrecemos a los nuevos periodistas,
a los chavales que llegan con emoción a las redacciones, o simplemente a
aquellos que le dan al F5 en Twitter.
Porque lo de las redes sociales es para mear aparte. Desde que llegó el
pajarito a nuestros ordenadores, tabletas y smart phones, el chau chau ha
invadido el escalón más alto del podio de la especulación. Basta recordar que
el periodismo ha llegado a matar a personas que estaban vivas y coleando con un
simple balazo escondido en 140 caracteres. Sin fallecidos de por medio, Twitter
espolea el corta y pega, los plagios, las invenciones o las carreras sucias en
pos de una meta que sólo existe en nuestra imaginación. Ojo, Twitter es una
herramienta que bien utilizada es útil, necesaria e incluso imprescindible para
el periodismo. En lo personal, las redes
sociales me dan la vida porque me permiten desenterrar de la clandestinidad
noticias, opiniones, artículos y apasionantes debates con todos vosotros.
No soy optimista, pero
necesitamos desconectar ese botón que alimenta constantemente la especulación.
Oímos un tambor y pensamos que estamos en mitad de la tamborrada de San
Sebastián. Escuchamos de lejos el sonido de una campanita y creemos que estamos
dentro de una orquesta. En los últimos tiempos ya no necesitamos ni el tambor,
ni la campana ni la madre que los parió.
Nos abrazamos al “Adelanté”, “Avancé”, “Anticipé” con la misma pasión que
eludimos el frecuente “La cagué”. Nos lanzamos al vacío buscando un ego que hoy
te guiña el ojo y mañana te lanza a la papelera. Lo único que quizás no sea
efímero es ganarte la credibilidad del receptor. Con aciertos y con errores. Soy
un firme convencido de que el periodista no adelanta noticias, las cuenta. A
sus 1, 10, 100, 1000 o 1.000.000 de seguidores, lectores u oyentes.
Soy periodista, para mí la
profesión más hermosa del mundo. Siento el periodismo dentro, es parte de mi
vida. El periodismo es una forma de vida. Aparece en tus grandes momentos de
felicidad y también en los momentos más amargos. Pero ante todo soy un
consumidor compulsivo de información. Necesitamos una profunda autocrítica, sin
olvidar que ahí fuera hay periodistas acojonantemente buenos. Perdón de corazón
por generalizar, quizás acabe de escribir el artículo más injusto de mi vida.
Hace tiempo que por desgracia los periodistas han entrado en un mercado donde la profesión no existe o no quieren que exista.
ResponderEliminarAlgunos medios han convertido a una persona que tenga una red social en una fuente fiable en un conflicto internacional. Informando desde Venezuela un señor que nos dice lo que pasa. Antes se tenía un enviado allí, que conocía todo el país, la manera de entender las cosas del país, como habían pasado las cosas, a donde se dirigían y demás cosas que sabe un periodista. Ahora un señor con el pajarito es el enviado especial. Por supuesto, dependiendo de las tendencias del medio pues el amigo de la red social pues será de unos y otros, nos contara una visión pero no lo que ocurre realmente. Es decir, lo que siempre ha sido, el periodista informa y luego el oyente o lector opine lo que quiera. Hemos pasado a consumo de televisión, a mi cuéntame una película que ya pondré yo la película que me gusta más. La gente si odia a un equipo o apoya a un equipo, sabe que prensa comprar, no la más objetiva, si no la que más le diga lo listo que es por pensar así.
En el periodismo deportivo, la diferencia es que ha pasado a ser literalmente una fiesta. Una pone determinados programas y es ver quien discute por la cosa más loca o dice más barbaridades, además cuentan con mucha audiencia y espectadores. Cosa que no consiguen programas como Informe Robinson, con historias simplemente alucinantes de incluso gente que se jugo la vida llevando documentos entre iglesias para salvar a judíos, haciéndolo pasar por entrenamientos. Gente que ha superado una enfermedad mortal y ahora corre pruebas de resistencia. Gente que ha tenido un accidente que le ha dejado sin un brazo o una pierna y salen cada día a la calle para correr o hacer el deporte que le gustan. Sinceramente estas historias son absolutamente impagables y unos ejemplos preciosos sobre la vida. Sin embargo, tienen audiencias muy minoritarias y solamente un canal privado de pago puede optar por ello.
El periodismo por desgracia se ha convertido en un mercadeo como indica el artículo. Por un lado los periodistas tienen que comer y ceden, por otro los que se niegan o son despedidos o reducidos a medios donde no molesten. Por otro, la gente se acostumbro a no pagar como se debe la información y a que gratis consigo información...no tengo que pagar. Sinceramente sin un publico dispuesto a pagar como se merece a unos profesionales para que estos tengan poder de control sobre su publicación es imposible.
Los deportistas que reciben criticas corresponden no dando entrevistas a esa gente, justo lo contrario que los que reciben palmadas en la espalda hagan lo que hagan que son correspondidos fielmente. Lo que en cualquier sitio sería más que criticable porque denota una falta de democracia increíble. En este país lo hace hasta el presidente del gobierno.
La crisis del periodismo sin duda viene por todos los lados y esa es la gran desgracia.
Buenérrimo artículo.
ResponderEliminarComo siempre el periodismo patrio hará oidos sordos.
Les conviene seguir así, si no habrían de ponerse el mono de trabajo y bajarse a la arena. Mejor que te lo den todo masticadito y al papo.
Ya no hay periodistas deportivos, sino vedettes que se creen el ombligo del mundo desde su púlpito subvencionado.
Gracias por vuestros comentarios, reflexiones y lecturas. Un privilegio teneros ahí detrás!!
ResponderEliminarComo compañero de profesión estoy de acuerdo contigo. Hace tiempo que a nadie le importa lo que se cuenta y cómo se cuenta. Puedes escribir o decir cualquier estupidez y si hace gracia, da igual. Las patadas al diccionario son permanentes y la ética periodística brilla por su ausencia, ¿qué se hace desde la profesión para contrarrestarlo?, nada. Perdón, lo que se hace es fomentar las tertulias deportivas: baratas, de duración elástica según convenga y de mucho éxito entre el público más forofo. Y es que quizá no deberíamos olvidar esto: son empresas periodísticas (con alguna excepción) las que están respaldando y fomentando esta degeneración del periodismo deportivo. Si en una redacción de deportes dar una información sin contrastar, escribir con faltas de ortografía o hablar usando tópicos y gilipolleces fuera corregido esto tendría algún sentido, pero es todo lo contrario, se alienta. Malos tiempos para el rigor y la seriedad informativa. Por cierto, una pregunta, ¿desde cuando la información deportiva tiene que ser graciosa?. Anuncia el presentador: Ya conocemos la actualidad, ahora vienen nuestros compañeros de deportes a contar gilipolleces y echarnos unas risas. Bueno, que me pierdo. Un abrazo Carlos, suerte.
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