Siempre he
sentido una incontrolable debilidad por Amaya Valdemoro. Siempre. Quizás porque
si hubiera podido ser deportista (¡qué frustración ser tan malo, joder!) me
hubiera gustado competir como ella. Admiro su carrera deportiva, su tenacidad,
su coraje, sus valores, su forma de jugar al baloncesto y, sobre todo, su
manera de transmitir baloncesto. En estos tiempos en los que políticos y
“soplagaitas” varios se orinan sin pudor sobre la famosa “marca España”, me
resulta difícil encontrar una persona que represente mejor que Amaya esa marca.
Amaya es una leyenda desde hace
tiempo. Un mito viviente, un mito aún en activo. Una de las mejores deportistas
de la historia de este país. Acumulainfinidad de títulos y logros con varios
clubes y con España. Triunfos en los mejores equipos de la Península y viaje
exitoso a través de los sueños en la liga americana (WNBA), en la que la
madrileña enseñó a las mejores que ella, desde Alcobendas, también era una de
las buenas. Pero lo material se queda muy corto para definir a una mujer
valiente, ambiciosa, vehemente, sufridora hasta los últimos límites físicos
sólo para poder seguir haciendo lo que más le gusta. Remueve las entrañas
escuchar la voz de Amaya relatando cómo durante meses ha estado casi sin poder
caminar por culpa de las rodillas, o cómo tras romperse las dos muñecas en una
caída la tenían que ayudar hasta para poder cumplir con sus necesidades vitales
más básicas, o cómo el tratamiento diario con su “fisio” era poco menos que una
tortura insoportable. Esa es Amaya Valdemoro, la chica más corajuda (y
cojonuda) del mundo.
Su leyenda no estaciona, sino
que sigue recorriendo kilómetros, anotando cestas y pulverizando récords. Suma
255 partidos con España, 18 años de servicio que incluyen 2 Juegos Olímpicos, 5
Mundiales y 6 Europeos. Podría llegar a la cifra de 258 partidos con la
Selección si el destino le premia con una medalla en el Eurobasket de Francia,
su última gran aventura como jugadora profesional de baloncesto. Para darnos
cuenta de su inmenso bagaje con el equipo nacional, Amaya suma ya 16
internacionalidades más que Epi, el hombre que más veces se ha enfundado la casaca española. Una trayectoria sencillamente brutal,
escandalosa, seguramente irrepetible. “Me duele todo menos porque me lo paso
bien jugando con España”, afirma desde Lille inmersa de lleno en el objetivo de
ganar otra presea con la Selección.
Valdemoro es mucho más que
partidos, cifras, récords y canastas. Valdemoro es la emoción que provoca su cinta
rojigualda en el pelo, la energía que transmite su puño cerrado después de una
buena cesta o una defensa brillante, su sufrimiento incontrolable cuando le toca
animar desde el banquillo, sus lágrimas cuando siente que ha fracasado, sus
lágrimas cuando celebra una nueva hazaña. Amaya es tan especial que se
convirtió en Madariaga (apellido materno) para sentir el calor de su madre,
fallecida por culpa de un maldito cáncer. Un gesto que impresionó a su padre
Álvaro y a su hermana Virginia y que seguro que emocionó a su mamá en el cielo.
Esa es Amaya Valdemoro, una chica siempre dispuesta a atender a los
periodistas, a fotografiarse con los aficionados y a compartir sus proezas con
la gente de basket. No ha nacido ni nacerá otra como ella. A sus casi 37 años
su baloncesto se apaga, pero su leyenda quedará para siempre en los anales del
deporte español. Esa leyenda, la leyenda de Madariaga, ya es eterna.
Totalmente de acuerdo con tu artículo Blas, de la cruz a la raya. Una inmensa deportista. Es genial que gente como tú glose a este tipo de deportistas. Por cierto, creo que Amaya es buena madridista. Es una utopía, pero si yo fuera presidente del Madrid, tengo claro que crearía alguna sección más (fútbol-sala, fútbol femenino y baloncesto femenino) y desde luego le encomendaría a Amaya la puesta en marcha de la sección. Sueños..... Un abrazo Blas.
ResponderEliminar¡¡¡CAMPEONAS DE EUROPA ANTE FRANCIA !!! OE, OE, OE, IMPRESIONANTES LAS CHICAS DE LUCAS MONDELO!!!
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