Siempre
que veo a Jurgen Klopp pienso lo mismo: que es un tío con el que me gustaría
irme de cañas. Los que lo conocen insisten en que en su vida privada es tal y
como se muestra en su puesta en escena pública. De él me gusta todo: que vista
en chandal y con el chubasquero del equipo. Que luzca una barba descuidada. Cómo
exhibe el puño cuando celebra un gol. Esa sonrisa burlona cuando está en
desacuerdo con una decisión arbitral. Y ese abrazo efusivo con sus soldados
tras una gran función.
El
carisma no se alquila ni se adquiere por Amazon. Se tiene o no se tiene. Y este
entrenador alemán derrocha carisma por arrobas. Conecta tan bien con el público
que podría vender desde un crecepelo hasta una colonia pasando por un seguro de
vida o un viaje en globo. Le basta una sonrisa para camelarse al receptor más
congelado del planeta. Como decíamos cuando éramos muchachos (supongo que ahora
sonará a prehistoria) Jurgen mola mazo.
Bien,
todo esto esta muy bien. De cine. Pero lo más importante es que Klopp es un
pedazo de entrenador como la copa de un pino. Nacido en Stuttgart, desarrolló
su carrera como futbolista en el Mainz (nuestro Maguncia). Manager de proyectos
largos, estuvo ocho temporadas allí como entrenador, luego viajó a Dortmund
para recorrer de amarillo otros ocho kilómetros y ahora contagia pasión red
desde el año 2015. Su palmarés exhibe dos Bundesligas, una Copa alemana y dos
Supercopas germanas. Algunos lo tildan de perdedor, algo que resulta hilarante.
¿Perdedor? Jajaja.
El
jefazo teutón acaba de meter a su equipo en la tercera final de Champions.
Súmenle otra de Europa League. Aún no ha ganado ninguna. ¿Y? Siempre ha
mejorado a sus equipos, siempre ha dejado en la cuneta a enemigos mejores. Y lo
más importante: siempre ha impregnado a sus escuadras de un estilo propio.
Estilo que se podría desarrollar en varios artículos, pero que a mi juicio se
resume en una palabra que en la vida siempre suma. Valentía. Ir, ir e ir. Y
volver a ir. E ir otra vez. Y otra. Y otra más. Siempre. "Klopo" es una bendición
para el fútbol.
Circula
por Internet un vídeo en el que Jurgen entra en un pub y, pinta de cerveza en
mano, termina cantando canciones del Liverpool junto a los hinchas reds.
Transmite una naturalidad poco habitual en el fútbol profesional. Puro rock’n
roll. Agitar la guitarra eléctrica mientras el flequillo enloquece. Aporrear la
batería mientras tu gente corea con emoción el estribillo más hermoso del
mundo. Interiorizar y exteriorizar la pasión de un hincha. Vivir como un
scouser más. Comprometerse. En el fútbol, en la política y en la vida. Klopp es
un crack. Me da igual que pierda la Premier por un soplido, con una sola
derrota y sumando 97 puntos. Le espera el Metropolitano. Y si no levanta la
copa, irá a por la siguiente. Siempre abrazado al rock’n roll.