Era el momento
más difícil de la temporada. Los cimientos del lasismo se tambaleaban. 2014, el
año en el que el Madrid se dejó por el camino la Euroliga de Milán y la Liga de
la resaca en el Palau, se cerraba con 2 derrotas en Barcelona y Málaga que
colocaban el proyecto al borde del
abismo. Bueno, para ser justos, eso era lo que pensaba mucha gente, yo entre
ellos. Veía síntomas de agotamiento, de desgaste, indicios heredados de un
verano en el que Pablo Laso estuvo durante semanas en el punto 50 de un dardo
que nunca se llegó a lanzar. Me equivoqué. Lo he reconocido en varias ocasiones
y es obligado y necesario hacerlo 100 veces más.
Lo dicho, uno de los últimos
días de ese mes de diciembre de 2014 un jugador del Real Madrid de baloncesto
llegó al vestuario y habló con uno de los auxiliares del equipo. Llamamos
auxiliares a aquellos que forman parte del colectivo sin tener ese protagonismo
mediático reservado para artistas y entrenadores. El médico, los
fisioterapeutas, el preparador físico, el delegado, los utileros, la gente del
departamento de prensa y también esa persona imprescindible que se encarga día
a día de que la vida de los demás sea más sencilla. Ellos son el “carrito del
pescao”, así conocidos entre los jugadores del Real Madrid. Gente de puta
madre. Pido perdón por esta expresión malsonante, pero después de 20 minutos
clavado delante del ordenador he sido incapaz de encontrar otra palabra para
definir mi sentimiento personal hacia personas con las que, gracias a mi
profesión de periodista, he compartido viajes, risas, guiños y multitud de pequeños
detalles que jamás olvidaré.
El jugador reunió a todos en
privado. Él con ellos, él con el “carrito del pescao”. Sin el entrenador, sin
los otros jugadores, sin nadie más. Sorprendidos y muy atentos, los auxiliares lo
miraron fijamente y escucharon su discurso. “Estamos en un momento jodido, pero
saldremos de esta. Quiero que tengáis una cosa muy clara: somos un equipo y lo
vamos a hacer todos juntos”. Abrió una enorme bolsa que tenía al lado y sacó un
regalo, el mismo, para cada uno de los auxiliares del equipo. Le dio un abrazo
a todos ellos y se fue. Este jugador nunca quiso que este tipo de detalles
trascendieran, pero a riesgo de que me corte las orejas he considerado que este
es el momento ideal para que los hinchas del Madrid conocieran la leyenda del “carrito
del pescao”. No es sólo un detalle simbólico. Es un gesto que esconde el enorme
corazón que tiene este grupo que se ha abrazado a la gloria. El regalo lo
dejaremos en el cajón del misterio. El jugador era SERGIO LLULL. El MVP de la
Final ACB. El ídolo insustituible del madridismo.
Es posible que esta Liga haya
sido la última gran función de Llull con el Real Madrid. Es muy posible que el
póker histórico de los blancos haya sido la última gran obra de teatro de esta
escuela de actores. No porque este equipo no vaya a ganar más títulos en los
próximos años, sino porque probablemente ya no lo hará con este mismo grupo de
jugadores. Sergio Llull, madridista hasta el corvejón, sabe que a sus 27 años
quizás ha llegado el momento idóneo para abordar una gran aventura en la NBA.
Lo ha ganado todo. Pero ojo, lo ha ganado todo después de perderlo todo. No
olvida lo mal que sabe el menú de las derrotas. Porque tipos como Sergio Llull
siempre formarán parte del gran e insustituible “carrito del pescao”.